Pierre de Coubertin, el incómodo padre de los Juegos Olímpicos modernos
¿Visionario o humanista? ¿Misógino y reaccionario? ¿Todo a la vez? La personalidad de Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos no deja de dividir, y cuya figura de cera se presenta el martes en el Museo Grévin de París.
"Paris-2024 no ha hecho demasiado por Pierre de Coubertin, ni para ponerlo en valor ni para darlo a conocer", lamenta Diane de Navacelle, sobrina biznieta del barón, en una entrevista a la AFP.
Con los valores del siglo XXI, algunas frases o hechos sirven para sembrar la duda, incluso para desacreditar a este aristócrata nacido en 1863 e impregnado con las ideas de su época y su medio social.
Sobre las mujeres, a las que no quería ver en los estadios, Coubertin escribió en 1922: "Una pequeña olimpiada femenina al lado de la gran olimpiada masculina ¿Cuál sería el interés? (...) Poco interesante, antiestética, y no tenemos miedo de añadir: incorrecta, ese sería nuestro parecer a esta semi-olimpiada femenina".
¿Inadmisible? No en su época, asegura su descendiente. "En 1920, las mujeres no tenían derecho a voto, están sometidas a sus maridos, no tienen autonomía financiera, están embutidas en vestidos y corsés, y los médicos aseguran que el deporte puede privarles de ser madres. Admitirlas en los Juegos no era para nada evidente", explica.
- Invitado por Hitler -
También se le recuerda por ser favorable a la colonización y una frase sobre las "razas inferiores", pero sobre todo se le reprocharía, cuando ya estaba fallecido, su admiración incontenida por los Juegos de Berlín-1936 organizados con gran pompa por el régimen nazi.
"¿Cómo quieren que repudie aquella celebración?", escribió cuando tenía 73 años en la prensa de la época.
"Lo que le entusiasmó fue ver por primera vez a un país poner unos medios excepcionales para organizar los Juegos, construir el mayor estadio de atletismo de la época", reconoce De Navacelle. "Es eso lo que vio, la coronación a la obra de su vida. Por lo que sí, fue feliz y quedó maravillado".
Tanto fue así que el Reich le cortejó organizando, sin éxito, su candidatura al Nobel de la Paz. Hitler, incluso, propuso enviarle un tren privado para llevarlo desde Ginebra, donde residía, a Berlín. Coubertin lo rechazó.
Murió un año más tarde, "demasiado pronto para ser confrontado al oprobio, pero demasiado tarde para quedar absuelto de graves connivencias", resumió su biógrafo Daniel Bermond.
"Sí, hay que vincularlo con un contexto histórico, pero es necesario decir también que en su época, nunca fue un vanguardista, nunca fue un progresista, y en determinados aspectos incluso más bien un reaccionario, conservador en todo caso", describió a la AFP el historiador del deporte Patrick Clastres.
- Testamento sorprendente -
Muy joven, se lanzó en una cruzada por llevar el deporte a las escuelas, siguiendo el modelo que había descubierto en Inglaterra. Pero en una Francia en la que la actividad física estaba denigrada por la clase intelectual, fracasó en su intento. Fue entonces cuando imaginó proponer al mundo restaurar en Grecia los Juegos de la Antigüedad, que se dejaron de disputar a finales del siglo IV después de Cristo.
Y el 23 de octubre de 1894, en el anfiteatro de la Sorbona, pone las bases de la obra de su vida: propone recuperar los Juegos Olímpicos y logra que se apruebe que la primera edición de los Juegos modernos se organicen en Atenas dos años más tarde.
Y, sobre todo, logra que los Juegos sean itinerantes, pese a la reticencia de los griegos, que esperaban poder organizarlos de manera permanente.
Consigue también que los Juegos queden vinculados al movimiento internacional por la paz y dicta los célebres "valores olímpicos": respeto al rival, lealtad, universalidad... códigos que toma prestados en parte de la aristocracia de aquel momento.
Como presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), organizó los primeros Juegos en París (1900), que pasaron totalmente desapercibidos. Ofendido, Coubertin peleó durante dos décadas por llevar los Juegos de nuevo a su ciudad, lo que consiguió en 1924.
Tras esto, se retiró para alivio del COI, que no veía con buenos ojos sus modales autócratas.
A su muerte, este personaje paradójico, a caballo entre las épocas y las clases sociales, dejó un sorprendente testamento: pidió que su cuerpo fuera enterrado en Lausana (Suiza), pero que su corazón fuera llevado a Olimpia para reposar en el sitio de los Juegos de la Antigüedad.
Allí permanece, dentro de una estela donde los apasionados del olimpismo acuden a rendir homenaje al polémico padre de los Juegos modernos.
E.Schneyder--NZN