El reto de una nueva vida tras escapar de los yihadistas en Burkina Faso
Más de 6.000 personas huyeron del sur de Burkina Faso hacia Costa de Marfil en los últimos meses, dejando atrás casas, cosechas y bienes para escapar de los ataques yihadistas y empezar una nueva vida.
En las afueras del pueblo marfileño de Tougbo, muy cerca de la frontera con Burkina Faso, una decena de tiendas de campaña improvisadas con techos de lámina sobresalen en el bosque.
Una mujer lleva su bebé en brazos. Nació en este mismo lugar hace mes y medio, por falta de medios para ir al pequeño hospital cercano.
Más de 300 personas, entre ellas niños, llevan meses durmiendo en este lugar, convertido en su nueva casa.
"Llegamos el 14 de septiembre, dormimos fuera. Todos los días llega gente nueva", asegura Amadou, un refugiado que llegó a lomo de burro con su familia y cuyo verdadero nombre ha sido modificado.
- Bandera negra y motos -
En esta región situada a escasos kilómetros de la frontera marfileña, los ataques de los yihadistas son muy frecuentes, dicen los refugiados interrogados.
Muchos de ellos suelen repetir el mismo escenario: hombres armados llegan en moto ondeando banderas negras para predicar un Islam riguroso. Más tarde regresan para ejecutar a los recalcitrantes.
Según los refugiados, el ejército burkinés es impotente para frenar estos ataques, una crítica recurrente entre la población que llevó al derrocamiento del presidente Roch Marc Christian Kaboré en un golpe militar el lunes.
En Tougbo, muchos de los refugiados confiesan sentir cierto alivio por la presencia muy ostentatoria de las fuerzas marfileñas.
"En mi casa de allí ya no hay militares y aquí es tranquilizador ver la presencia de soldados", dice Amadou.
En el campamento improvisado, los hombres se pasan el día haciendo ladrillos de barro con la esperanza de tener pronto un techo más decente.
"Nos gustaría construir una casa, tener un campo, pero por el momento no tenemos autorización", lamenta Amadou.
Sin embargo, una gran parte de los refugiados puede contar con la solidaridad de los lugareños, a menudo parientes, en una región donde las mismas familias viven a ambos lados de la frontera.
- "Lo dejamos todo atrás" -
Yaya Ouattara, un agricultor de unos setenta años, acogió a su sobrino, a sus esposas y a los hijos de estas. También abrió la puerta de su casa a otros familiares. En total, 26 personas, entre ellas 18 niños, se hacinan en su patio en el centro del pueblo.
Durante la huida, su sobrino tuvo que dejar atrás sus hectáreas de arroz y maiz. Y a medida que pasan los meses, alimentarlos se vuelve más difícil.
"Pedí préstamos para alimentar a todos. Estoy esperando mi cosecha de anacardos para reembolsarlos", dice Yaya Ouattara, que, tras dos operaciones recientes, tiene dificultades para "trabajar duro" en el campo.
"Lo dejamos todo atrás, nuestro arroz, nuestro maiz. Ya no tenemos nada aquí. Para tener algo de comer es difícil", confía Kadiatou Ouattara, que vive en el patio.
Ante el aumento de llegadas, las donaciones de alimentos o jabón del gobierno y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ya no alcanzan.
Las autoridades locales que registran a los refugiados aseguran que la mayoría tiene un hogar donde quedarse.
"Las relaciones son buenas, son familias que se conocen, solo les separa la tierra. El pueblo ha previsto darles parcelas para que las cultiven", dice el subprefecto de la región Issouf Dao.
Pero la mayoría de los niños no van a la escuela. Es el caso de Weimata Sawadogo, que estudiaba secundaria en Uagadugú, la capital burkinesa.
Cuando fue a visitar a sus padres a su pueblo natal, los yihadistas atacaron la zona. Tuvo que huir con su familia y hoy ya no le alcanza para regresar a la capital. "Mi sueño era ser médico", suspira.
F.Schneider--NZN